domingo, 23 de febrero de 2014

Qabalah y Runosofía


Existen numerosas (demasiadas para ser azarosas) coincidencias entre la simbología nórdica y
la qabalista. Si bien existe la posibilidad que las culturas del medio oriente hayan entrado en
contacto con los pueblos nórdicos, la originalidad de ambas es tal, que cabe pensar en otras
teorías: como toda mitología refiere a imágenes arquetípicas, es decir, del Inconsciente Colectivo
común a toda la humanidad, es posible encontrar imágenes idénticas en distintos pueblos
separados por grandes extensiones de tierra o mar.

Consideremos ahora las similitudes en mayor detalle. La Qabalah postula que el universo
manifiesto proviene de lo que se halla tras los velos de la Existencia Negativa, el Ain Soph. El Ain
Soph consta de tres partes, el Ain (la Nada), el Ain Soph propiamente dicho (Nada Ilimitada) y Ain
Soph Aur (Nada Ilimitada de Luz). Este último, se condensa para dar origen a Keter, la Corona,
el Primer Manifiesto, la fuente de la que el resto de los Sephiroth emana, conformando el Otz
Chiim, el Árbol de la Vida. Ahora bien, desde la cosmogonía nórdica, existe primero que nada el
Ginnungagap, el abismo primordial que precede al universo manifiesto. Ya existía el Yggdrasil, el
fresno que posteriormente uniría a los nueve mundos. Bajo una de sus ramas, existía la región de
Muspellheimr, tierra del Fuego y sus ascuas llegaban hasta el Abismo del Ginnungagap. Al norte
de éste, existía una región cubierta de niebla y oscuridad. Ahí había un caldero que proporcionaba
agua a doce ríos que, al caer al gélido vacío, formaban bloques de hielo. La creación se da cuando
las ascuas de Muspellheimr tocan estos bloques de hielo, los pares de opuestos se unen para dar
origen a la manifestación. El Yggdrasil posteriormente, como vimos en el mito creacional nórdico,
une los 9 mundos conformando un universo unido por ramas (fuerzas rúnicas) similares a los
10 Sephiroth del Árbol de la Vida y los 22 senderos que los conectas (las 22 letras del alfabeto
hebreo).

Existen más símbolos, como el dragon Nidhog, que roe las raíces del Yggdrasil buscando llevarlo
al caos, similar en concepto a las Qliphot, o Sephiroth Prostituídos, que se representan con un
dragón negro debajo del árbol de la vida. Ambos son representantes de la fuerza desequilibrada.

Si bien ambas culturas han utilizado un sistema gráfico de letras para representar principios
cósmicos y espirituales, existen sim embargo algunas diferencias, probablemente relacionadas
al concepto de espiritualidad y de Dios de ambas culturas. Mientras que para el pueblo hebreo
la sangre era donde residía el alma y por lo tanto era intocable, para los nórdicos era una fuente
de poder usada constantemente. Mientras que, como lo dice el Sepher Yetzirah o Libro de la
Formación, Dios creó cada una de las 22 letras, los 22 ritmos con los que formuló la creación y son
por tanto sagradas y no han de ser tocadas por la sangre, los nórdicos “alimentaban” con sangre,
propia o de sus enemigos, los caracteres rúnicos para dotarlos de mayor poder. Ambos pueblos
reconocían el poder de la sangre y ambos pueblos tenían concepciones similares.

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